La literatura De la Edad Media
Épica. El tema épico, es decir, el relato de las hazañas guerreras de grandes héroes, es una constante en los primeros estadios de las literaturas nacionales. Los héroes representan las cualidades que se quieren atribuir a la recién nacida nación: son valientes, inteligentes, fuertes e ingeniosos. Es el caso de los protagonistas de La Ilíada y La Odisea, de Homero; el Cantar del Mío Cid, de autor español anónimo; La Araucana, de Alonso de Ercilla, o Martín Fierro, de José Hernández.
El español es una lengua romance de las varias que surgieron en la península durante la Edad Media. Desde sus inicios tuvo un fuerte carácter innovador frente a las restantes lenguas peninsulares y después se mantuvo sin cambios importantes hasta el siglo XVI.
En la Edad Media muy poca gente sabía leer y escribir. Además, los textos se escribían a mano en hojas de pergamino, en un proceso largo y costoso, por lo que sólo las obras consideradas importantes eran copiadas.
Debido a estas circunstancias, la literatura fue mayoritariamente transmitida y disfrutada de modo oral:
A lo largo de la Edad Media, la Iglesia perdió peso en la cultura. Entre la clase noble fue surgiendo un nuevo lector, interesado en una literatura sin propósito doctrinal. La Corte se convirtió en lugar de debates poéticos y la cultura fue parte imprescindible de la educación de la clase aristocrática.
Es en este marco donde florecen la poesía cancioneril y otras manifestaciones de la corriente cortesana, como los libros sentimentales y de caballerías (ver t18).
La literatura del XV se caracteriza, ante todo, por el elevado número de poetas del que se tiene conocimiento porque sus obras han sido recogidas en las numerosas colecciones de poemas, colectivas o de autores individuales, llamadas cancioneros.
En los cancioneros se recogen los poemas de algunos personajes de la Corte, que lucían su ingenio a través de estas composiciones. Importantes recopilaciones son el Cancionero de Stúñiga, el Cancionero de Baena, el Cancionero musical de Palacio y el Cancionero general (1511) de Hernando del Castillo.
En Castilla, la producción teatral medieval fue muy reducida y se limita a escenas religiosas. En realidad, el primer escritor que podemos caracterizar como dramático es Gómez Manrique (1412-1491), autor de la Representación del Nacimiento de Nuestro Señor, que se inscribe aún dentro de la tradición medieval.
El auténtico despertar del teatro se debe a un autor de finales del siglo XV, Juan del Encina (1468-1529), quien se acerca ya a los nuevos gustos y formas renacentistas e inicia una auténtica tradición de piezas de teatro profanas alejadas de los antiguos temas medievales. Destacan sus églogas, diálogos protagonizados por pastores.
La Égloga de Plácida y Victoriano, de Juan del Encina, fue estrenada en 1513. El tema profano sustituye así a los motivos religiosos medievales.
La Celestina es la obra más representativa del siglo XV. Con ella se pone fin a la literatura medieval y se anuncia el Renacimiento.
En La Celestina se encuentran reunidos el idealismo amoroso procedente del mundo cortesano medieval y el ambiente burgués de las ciudades de la época, los personajes de cuna elevada y el mundo de los criados, el estilo latinizante y retórico y las expresiones más coloquiales.
El eje narrativo de la obra son los amores de Calisto y Melibea.
Calisto entra por azar en el huerto de Melibea, a la que declara la pasión que ha despertado en él, pero la doncella lo rechaza. Aconsejado por su criado Sempronio, recurre a las artes de una alcahueta, Celestina.
Celestina se vale de su capacidad de persuasión y sus artes mágicas para cambiar la voluntad de Melibea, pero, cuando recibe el premio de Calisto, Pármeno y Sempronio la asesinan por no compartirlo con ellos.
Mientras tanto, Calisto continúa con sus encuentros amorosos con Melibea, hasta que una noche cae desde la tapia del jardín y muere. Melibea declara todo lo sucedido a su padre y se suicida lanzándose de lo alto de una torre.
La obra termina con el llanto de Pleberio por la muerte de su hija.
En La Celestina aparecen los tres temas que obsesionaban al final de la Edad Media: el amor, la fortuna, y la muerte. Sin embargo, la perspectiva desde la que se tratan desborda los estereotipos medievales, anticipando un individualismo característico del Renacimiento.
La obra está constituida por diálogos. Fernando de Rojas siguió el modelo de la comedia humanística, un género nacido en las universidades italianas en las que se imitaba el teatro latino de Plauto y Terencio.
No era un teatro para ser representado, sino para ser leído en voz alta, y así lo debieron entender los contemporáneos de Rojas.
Desde el punto de vista actual, la obra presenta, sin embargo, rasgos que la acercan a la novela, como su excesiva extensión, o la abundancia de escenas no dramáticas.
En la Baja Edad Media (siglos XII a XV) la sociedad medieval se fue transformando debido a una serie de factores:
Como consecuencia de todo ello nacieron nuevas costumbres y se difundieron nuevas ideas, que se tradujeron en la vida cotidiana en un mayor refinamiento en los gustos y en una mentalidad más mundana.
Jorge Manrique (1440-1479) es autor de varias composiciones de asunto amoroso que siguen con fidelidad los patrones del género cancioneril. Su poema más conocido, sin embargo, son las Coplasescritas a la muerte de su padre.
En las Coplas se combinan elementos tradicionales de manera original. Jorge Manrique expresa con lucidez analítica el poder irremisible de la muerte, pero lo hace sugiriendo el final, sin convocar ante la vista del lector el horror de la destrucción.
La pérdida de los bienes temporales que conlleva la muerte provoca en el poeta una evocación nostálgica con especial atención al detalle sensorial, que sugiere más el gozo vital que la actitud cristiana de desprecio ante los bienes terrenos.
El poema puede dividirse en tres partes:
La composición entera está presidida por una gran sobriedad artística. La sencillez predomina en el lenguaje y en la forma métrica, que sigue el modelo de la estrofa de pie quebrado.Tampoco hay adornos retóricos, ni complicadas visiones alegóricas, sino una simple exposición que va de lo general a lo particular.